miércoles, 8 de agosto de 2007

Le vendo una semilla


No importa cual es su religión. Tampoco importa como le llame usted a la deidad en la que crea: Alá, Dios, Jehová, Ganesha, Zeus, Abu, madre Naturaleza. Es más, ni siquiera importa si usted no cree en nada espiritual. Sea cual sea la divinidad a la que usted le atribuya la vida, o a ninguna, algo si es seguro: que la creación de los seres vivos no nos correspondió a nosotros, los humanos. Ya muchos existían antes que los Homo sapiens. Entonces es válido afirmar que ninguna de las otras especies nos pertenece, porque cómo nos podría pertenecer algo que no fue nuestra creación en primer lugar.
Continuando con el pensamiento científico, la evolución ha servido para que los seres vivos nos adaptemos al cambio del ambiente y de los otros seres vivos, con el fin de sobrevivir y ser competitivos. Se podría decir que la evolución es un mecanismo perfecto del planeta y que, a diferencia de lo que muchas personas piensan, no se obtiene superioridad de unos sobre otros; conlleva alcanzar el equilibrio natural. No son los más fuertes los que necesariamente ganan. Puede depender de la adaptabilidad. Puede depender de la antigüedad del ser. Hasta puede ser causa de los procesos de rarefacción y la aleatoriedad el que una especie sobreviva o no.
En la actualidad vivimos en una época donde los humanos queremos respuestas inmediatas y soluciones fáciles a los problemas. El campo agrícola no escapa a esa realidad, y se nos presentó la revolución verde como el medio para enmendar esa situación, con algunas soluciones pensadas a corto plazo. Quién se iba a imaginar que aquella no era la salida a los problemas. Unos cuantos abonos químicos, bombardeos de insecticidas y nematicidas, aplicaciones de herbicidas ¡y listo! Cosechas más productivas y sin mucho trabajo. Que fácil era aquello, un milagro más de la tecnología.
Pero nadie previó las consecuencias a largo plazo: el suelo se degradó hasta sus bases. Las aguas subterráneas se contaminaron. Las cosechas empezaron a disminuir su productividad y a demandar más insumos. Y hasta esos molestos bichos que nadie quería en sus huertas... ¡comenzaron a evolucionar!, y se hicieron resistentes a los productos que los combatían.
Las grandes compañías vieron así fracasar su revolución, y seguramente se cuestionaron el problema. “Qué le vamos a hacer, ya jodimos el suelo. Ahora lo que tenemos que hacer es atacar el problema desde la semilla”. Y entonces empezó la manipulación genética de las semillas. No es que no se hubiera hecho antes. No niego que los humanos hallamos mejorado las semillas con anterioridad. Pero siempre fue entre familias de plantas afines, y con una aplicación directa al campo. No como ahora, con transgénicos y productos de dudosa calidad manejados en laboratorios, lejos del ambiente natural donde serán aplicados.
Como ya mencioné, la evolución es sabia y se adapta al ambiente y a los otros organismos. Hay cientos de casos parecidos al reportado por Stephen Gliessman (Tabasco, México: 1992) donde la producción realizada con técnicas agrícolas correctas y con semillas locales (evolucionadas en ese ambiente) resulta mucho más productiva (hasta 3 veces) que con las semillas “mejoradas”. No se trata, por consiguiente, de que el más fuerte es el mejor.
Aunque tratemos de jugar de dioses y manipular las semillas genéticamente, (muchas veces con fines económicos y no sociales), no los somos. Y repito que tampoco nos pertenecen las semillas, porque no somos sus creadores, aunque las hayamos mejorado. Entonces no comprendo por qué tantas personas apoyan la patentización de las plantas y sus mejoramientos genéticos.
Varios abogados (y hasta la misma Sala Constitucional) tratan de justificar que con el Tratado de Libre Comercio no estamos perdiendo nada y que existen muchas vías para asegurar a los costarricenses de que la patentización de especies vegetales no nos afectará económicamente. El abogado Jorge Cabrera Medaglia (La Nación, 5 agosto del 2007) detalla que el Convenio para la Protección de Nuevas Variedades de Plantas (UPOV) nos ofrece varios mecanismos legales nacionales e internacionales para evitar tener que pagar grandes sumas de dinero a las empresas o personas que tengan los derechos de autor de alguna de esas plantas.
Antes que todo, lo que a mi me cuesta entender es por qué debemos pagarle a alguien por algo que ni le pertenece. Hay algo enfermo en esta manera de pensar. Y es que si acaso estas ganancias se dedicaran a mejorar la calidad de vida de los agricultores o tuvieran fines sociales, estarían justificadas. Pero la historia nos ha demostrado lo contrario. Habría que ser muy ingenuo para pensar que iniciativas como las de las semillas terminator de Monsanto (http://www.emagazine.com/view/?3750) tienen un fin benéfico para la sociedad, como ellos dicen. Pues a la patentización de especies tampoco le veo ningún sentido.
Por eso, la cuestión de fondo no es si este es un procedimiento legal o no. Se trata de si comerciar con los genes de los seres vivos es ético y correcto.


Clover: Do you think that is quite fair to appropiate the apples?
Molly: What, keep all the apples for themselves?
Muriel: Aren’t we to have any?
Cow: I thought they were going to be shared out equally.

Animal Farm, 1945
George Orwell

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